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Durante el periodo comprendido entre principios de los años veinte y el final de la Segunda Guerra Mundial, Argentina, Brasil y Chile desarrollaron su diplomacia cultural, construyendo una determinada imagen de sí mismos en la escena internacional. Esta iniciativa se inscribe en los debates sobre la (re)definición de las identidades nacionales que marcaron el periodo de entreguerras en América Latina. Para estos tres países, esto significa a menudo «pensarse a sí mismo como otro», hacer una síntesis, a veces esquizofrénica, entre la asunción de la diversidad cultural y étnica y el imperativo de presentar al mundo naciones homogéneas y «civilizadas», según los cánones de la modernidad europea.