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En esta época de profusión normativa, caracterizada por la aparición de nuevas normas de referencia que promueven la igualdad parental y la emancipación de las mujeres, pero también de los niños, y que han venido a sumarse a las normas familiares tradicionales que aún perduran, la educación se ha convertido en un tema controvertido. Ante la omnipresente norma de los «buenos padres», los padres y madres, confrontados a la diversidad de posturas, tanto teóricas como pragmáticas, se ven sumidos en la incertidumbre educativa y, muy a menudo, en la culpabilidad de no saber hacer las cosas bien. Como resultado, el apoyo a la paternidad se ha vuelto estructuralmente necesario, al tiempo que se ha desarrollado en dos formas —institucional y comercial— que rápidamente han entrado en conflicto. Esto exacerba la tensión entre un enfoque ciudadano de la gestión de la educación, que promueve su carácter colectivo, y un enfoque más comercial y neoliberal, que hace hincapié en la (sobre)responsabilización de los padres en cuanto a dicha educación.