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Hoy en día, la domesticación de animales es objeto de un amplio debate en la encrucijada de las ciencias naturales y sociales. Este diálogo no es nuevo: en este artículo se hace un recorrido de su historia en el siglo XIX, cuando se introdujo el concepto «domesticación» en la lengua francesa. La familiarización de los animales con los seres humanos se convirtió en una cuestión científica y moral de primer orden: tesis zoológicas y teorías antropológicas, así como aspiraciones utópicas y programas imperiales, se entrelazaron en torno a esta cuestión. La domesticación se considera una prueba decisiva de la variabilidad de las especies, lo que respalda la hipótesis monogenista de que la diversidad morfológica humana se debe al desplazamiento de los pueblos (y sus animales) por todo el planeta. Si bien ayuda a trazar la historia natural del ser humano, también ocupa un lugar dentro de la historia moral de la humanidad: las distintas etapas de la civilización se corresponden con diferentes formas de apropiación de los animales, desde la depredación al pastoreo, pasando por la cría de animales. La asociación entre domesticación y civilización no se limita al pasado: al basarse en la manipulación de los hábitos e instintos animales, la domesticación se considera una forma de poder blando, que implica la cooperación voluntaria de los animales. Surge una utopía de dominación pacífica de la naturaleza. La domesticación de animales suscitó el interés tanto de naturalistas como de teóricos sociales, que la consideraron un eslabón esencial en la relación entre los órdenes natural y social. El artículo examina estos debates con el telón de fondo de las transformaciones políticas y los impulsos coloniales de su época, que, a mediados del siglo XIX, hacían de la domesticación de nuevas especies una utopía muy concreta.