99

Cuando Michel Foucault asistió al seminario de Lacan el 18 de mayo de 1966, el tema era Las meninas de Velázquez, un cuadro que el propio Foucault había comentado en el primer capítulo de Las palabras y las cosas. Al elogiar la obra, Lacan plantea una pregunta: más allá de las limitaciones del sistema en el pensamiento de una época dada, ¿hay o no hay, en cada época, problemas que siempre se han planteado estructurados de la misma manera al ser hablante, por ejemplo, sobre la esencia de la verdad? Sin hacer un desvío metafísico, ¿no podría captarse de una manera más directa? Entre los capítulos de Las palabras y las cosas (Representar, Hablar, Cambiar...) Lacan observa que no se encuentra contar (el número, el álgebra, la topología). La geometría proyectiva de Desargues no podría incluirse en los esquemas foucaultianos. Sin embargo, esta permite ir más allá del estudio descriptivo de Foucault sobre Las meninas, que hace posible inscribir el lugar topológico del objeto a mirada, y el cuadro se revela entonces como representante de la representación. Michel Foucault, silencioso, no dijo nada sobre la pregunta que se le planteaba, pero fue retomada seis años más tarde (...o peor), a partir de los escritos de Da Vinci. Hay manchas de moho en las paredes, que despiertan la imaginación para encontrar figuras en ellas. Hay erosiones para la palabra y los discursos. Hay vida (moho) y todo lo que contiene. Pero todo esto es una pantalla para lo real más allá del muro, lo real del número, el álgebra, las funciones y la topología, sin sentido. La ciencia es el único discurso que se mantiene detrás del muro. Allí se encuentra el contar. Estamos más allá de las formas de la episteme foucaultiana, en lo real imposible, lo que no se puede transgredir. Lacan plantea la imposibilidad de transgresión de las fórmulas de la sexuación a partir de este real. Esta escisión del muro no carece de resonancia en el contexto actual de los debates sobre el género, en los que Foucault sirve en parte de garante.