Por un cambio de paradigma en la representación de los anglicismos
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¿Son los haters de ayer los haters de hoy? Desde el panfleto de Étiemble publicado en 1964, los puristas no han dejado de alertar contra los supuestos peligros del «franglés», que parece haberse extendido, no obstante, hasta la cúspide de nuestra startup nation — para evocar el término empleado por el presidente Macron en 2017 — puesto que la propia Academia Francesa publicó en 2020 su «Informe de la comisión de estudio sobre la comunicación institucional en francés», en el que deploraba el excesivo uso de anglicismos. De manera ambigua, a pesar de que, en este último tiempo, los discursos normativo-prescriptivos sobre la lengua han surgido por lo general de un conservadurismo más bien de derecha, en la actualidad es el neoliberalismo, surgido del mismo lado del tablero político, el que recurre excesivamente al inglés. Como testimonio de esta aparente «simultaneidad» político-lingüística (clásico caso de «en même temps» macroniano), algunas representaciones de los anglicismos reflejan finalmente, más que una disonancia cognitiva, un recordatorio de la dicotomía saussureana entre la lengua y la palabra y, en última instancia, un potencial cambio de paradigma.
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