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No se puede pensar en el Olimpismo en su versión restaurada sin tener en cuenta dos campos de actividad que han sido inseparables desde sus orígenes, y que la historia reciente ha vinculado constantemente hasta hacerlos indisociables: el del poder político, por un lado, y el de los espectáculos deportivos masivos, por otro. Esta relación es la que hay que examinar para comprender lo que, en la intersección de la política y el deporte, está renovando el campo axiológico de una actividad de ocio que en poco más de un siglo ha pasado a ocupar un lugar considerable en la vida de los individuos y en la organización de las sociedades.