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En los conflictos modernos, la efervescencia tecnológica y la niebla digital no garantizan una ventaja decisiva sobre el adversario, a diferencia de nuestra capacidad para entrelazar y modelar pacientemente los entornos humanos locales, donde la comprensión, el acceso a nueva información y la percepción son más codiciados que nunca. Si la inteligencia artificial (IA) cumple su promesa de elevar la tecnología a niveles asombrosos y relevantes desde el punto de vista operativo, nuestra inteligencia humana y la cultura de las humanidades proporcionan un contrapeso capaz de desentrañar las complejidades esotéricas del campo de batalla. Impulsada y tácticamente amplificada, nuestra inteligencia no artificial creará condiciones decisivas para la superioridad a través de la comprensión, el discernimiento y la ascendencia cognitiva.