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El confinamiento ha sido un revelador químico de la calidad de la relación que los adolescentes tienen con sus padres. Algunos lograron un desarrollo pleno al disfrutar de una disponibilidad inesperada de sus padres, mientras que otros sufrieron al estar confinados a una difícil proximidad con ellos. Otros continuaron encontrándose en grupos sin preocuparse por las precauciones sanitarias. Se organizaron lockdown parties de manera clandestina, así como muchas otras fiestas después del desconfinamiento con el mismo desdén hacia los gestos de prevención. El artículo analiza estas transgresiones como una manera de fabricar la intensidad de ser en la ambivalencia del «Ya lo sé, pero bueno».