La relatividad de la identidad masculina y la paternidad
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Los jóvenes violentos de los guetos norteamericanos, los toxicómanos desesperados de América Latina, los adolescentes suicidas de Francia, los lanzadores de piedras de los pasos elevados de las autopistas italianas tienen algo en común: la ausencia de padres. En contraste con la maternidad, la paternidad es un hecho casi exclusivamente cultural que parece surgir con la familia monógama. A diferencia de la maternidad, que siempre ha existido en la escala evolutiva zoológica, la paternidad es una adaptación reciente, todavía incierta y precaria. Esto significa que se enseña de nuevo a cada generación, de lo contrario, se pierde. Las grandes figuras míticas de la antigüedad clásica, Héctor, Ulises, Eneas, pueden verse como resúmenes de la consolidación del padre, que en aquella época rozaba la omnipotencia y se ofrecía como base de la consolidación en Occidente. Luego, la industrialización y las guerras mundiales desplazaron cada vez más a los padres. A su vez, los «padres terribles», los dictadores del siglo XX, aceleraron la desaparición del padre como símbolo. El aumento vertiginoso de las tasas de divorcio refuerza estas estadísticas. Los jóvenes aprenden unos de otros sobre la entrada en la edad adulta y en la sociedad: es como si se avergonzaran de recurrir a la experiencia del padre, aunque, en privado, suelen decir que sienten una profunda nostalgia por él.
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