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Como psicóloga clínica que trabaja en medicina intensiva, me interesa la función que ha desempeñado la escritura como protectora contra las excitaciones para el personal asistencial de nuestro servicio, a través de los «cuadernos de bitácora» escritos para pacientes de COVID-19 o sus familias. Estos cuadernos eran un lugar para compartir el miedo y la angustia, un lugar para la dramatización y una escena subjetiva, pues la narración ponía orden a la enfermedad somática sin sentido y desorganizada que dejaba inermes a los allegados y al personal asistencial. Es también el lugar de un pensamiento mágico que debería reparar la sensación de impotencia frente a una patología desconocida; lugar en el que las palabras tienen el poder de evitar acontecimientos trágicos; lugar de una pulsión de vida que se mantiene a través de las palabras y las narraciones colectivas, para que pueda reconstituirse una memoria individual interrumpida; lugar en el que se mantiene la continuidad narrativa frente a la discontinuidad somática; lugar en el que se establece un compromiso terapéutico en una situación sin salida;lugar en el que se desafía inconscientemente a la muerte y se utilizan las palabras para intentar mantenerla a raya.