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Una catástrofe no puede ser aprendida como un hecho social porque ella deshace lo social. Ella es el surgimiento de un «afuera» (Blanchot), de una «exterioridad» (Levinas), que resiste a la lógica positiva de la explicación y nos hace reflexionar no sobre el actuar sino sobre el sufrir. La experiencia siempre singular de una catástrofe genera del decept, es decir de la renuncia a la abstracción y a la generación del concepto. Pero si una catástrofe no puede ser dicha totalmente, al menos puede ser rememorada y puesta en escena. En particular en la búsqueda de formas artísticas yendo hacia el sentido de la rarefacción.