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El caballero de Mouhy, denostado o admirado por sus contemporáneos debido a la fertilidad de su imaginación, ocupa un lugar privilegiado en los debates sobre la novela de principios de siglo, que distinguen la verdadera imaginación, fruto del genio, de una imaginación mecánica nacida de un “cerebro vacío” que acumula episodios inverosímiles. En respuesta a estas críticas, Mouhy desarrolla una escritura reflexiva, concretamente en torno a la génesis de una de sus obras más extravagantes: Lamekis. En una metalepsis situada en el núcleo de esta novela, opone los enfoques contemporáneos (medicales, filosóficos) de la imaginación para asociarla a una concepción arcaica de la inspiración. Este relato de génesis que ya se incluye con sus prefiguraciones en La Mouche y en Les Mémoires du marquis de Fieux, al recurrir a la figura del escritor-alquimista, derriba el estigma del “cerebro vacío” y transforma a Mouhy en un autor brillante que querría creer en su propia mitología.