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La formación interpela de manera paradigmática los intercambios entre realidad interna- y externa y entre el sujeto y el grupo. La formación convoca, así, a los procesos de transmisión que se supone permiten una verdadera apropiación por parte del sujeto. Puede haber una forma de violencia intrínseca en este proceso, eventualmente incrementada por funcionamientos institucionales desfavorables. El socius podía contenerlos parcialmente permitiendo su inscripción. Pero con el debilitamiento de los metamarcos, la violencia se refuerza más de lo que se restringe. La universidad, con sus grupos de pertenencia, sus conflictos territoriales, sus impasses administrativos..., puede ser, al menos parcialmente, una ilustración de esta pérdida de sentido.