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Bajo el efecto de una irresistible mutación de los marcos de la vida privada a partir de finales de los años sesenta, la conyugalidad se irá autonomizando progresivamente de la paternidad, al tiempo que se cuestiona la función del matrimonio como institución fundadora de la familia. La política familiar se reorientará, entonces, hacia el abandono de la pareja —cuya formación es remitida al principio del consentimiento mutuo y su desarrollo, al libre albedrío de los individuos— y hacia el fortalecimiento del apoyo a la paternidad, pasando por el fortalecimiento del vínculo del niño con sus padres y en el reconocimiento del rol de estos como principal instrumento de educación. Esto se corresponde con la afirmación del apoyo institucional a los padres, como demuestra por ejemplo la institucionalización de la mediación familiar, mientras que el destino del asesoramiento matrimonial se deja en manos de la sociedad civil.