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La maduración psíquica de los bebés y la construcción del yo requieren el establecimiento de un clima afectivo que permita el apego. La autenticidad y la confiabilidad son, sin duda, esenciales para la instauración de una figura de apego. Si bien el bebé tiene una competencia innata para este apego, debe haber también, en la vida real, un padre/madre apegado al que aferrarse. Las teorías analíticas apoyan estas hipótesis y permiten extender esta noción de autenticidad y amor a otras situaciones en las que la relación afectiva está en el centro del trabajo. Las familias de acogida tienen un valor terapéutico, especialmente porque autorizan y posibilitan la experiencia de una relación de apego. El niño acogido introduce sus dificultades y la historia de sus vínculos parentales alterados en esta relación a la que el asistente familiar debe ajustarse para proponer diferentes modalidades de respuesta. Sólo la autenticidad afectiva promueve la autenticidad de la relación. Por lo tanto, el niño pone en juego su afectividad en este tejido de vínculos que a veces trastorna el amor comprometido.