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La juventud es ruidosa. Se dejan oír las pulsiones de vida, la necesidad de amistad, la necesidad de afirmación narcisista. Bandas, fiestas, música: todo es un pretexto para ocupar el espacio sonoro. Por el contrario, el desarrollo puberal se produce en el silencio de una intimidad que permite que las experiencias del cuerpo y las primeras relaciones amorosas cobren sentido, lejos de los adultos, sin comentarios. Cuando los síntomas aparecen en la adolescencia y se requiere atención, la relación terapéutica se ve muy a menudo obstaculizada por el silencio de los adolescentes. El psicoterapeuta se encargará de adaptarse para que el silencio no sea fuente de ansiedad en las primeras entrevistas y este pueda convertirse en un espacio de subjetivación durante el proceso terapéutico.