Que los muertos entierren a los muertos
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En su artículo «Changements post mortem, contrôle étatique et transmission de l’impossible en psychanalyse» [Cambios post mortem, control del Estado y transmisión de lo imposible en psicoanálisis], el profesor Shingu cita un famoso poema zen: «Vivir se convierte en morir y una vez muerto libremente todo acto será bueno». ¿No es esta precisamente la posición de Antígona tal como la analiza Lacan en uno de sus seminarios? Por el contrario, Cristo dijo a sus discípulos: «¡Que los muertos entierren a sus muertos!». Estas palabras, en las que se suele ver la aniquilación de la muerte y el duelo a la luz de la esperanza de la vida eterna, parecen condenar no solo a Antígona, sino también a la mayor parte de la sabiduría antigua o no cristiana. Sin embargo, ¿no podría este mandato animarnos a admitir y acoger en lo más profundo de nosotros mismos, y no en los cementerios estatales, la incómoda presencia de nuestros muertos?
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