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El envejecimiento es ese largo viaje hacia lo irreversible, en el que las primeras veces de la adolescencia son sustituidas por las últimas veces del paso del tiempo. El «nunca más» marca el ritmo de los días. Es imposible reprimir la creciente precariedad de una vida que se encamina hacia su fin. El cuerpo viejo alberga menos posibilidades de transformación y renacimiento. A veces, el deterioro físico convierte el envejecimiento en un largo sufrimiento, marcado por el duelo de seres queridos y antiguos amigos, lo que convierte a la persona en un superviviente. La confrontación con la muerte es cada vez mayor, y algunas personas mayores caen en la pérdida de su ser. Probablemente para muchos, la muerte es menos la consecuencia de la vejez que del agotamiento de las ganas de vivir, de la disminución del sentido que sostiene la existencia.