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Durante los últimos años la “peatonalidad” se ha situado en el centro de las políticas urbanas de muchos ayuntamientos. En el caso de la ciudad de Pamplona (Navarra) se constata cómo durante los últimos años del siglo xx comienza un proceso de reestructuración urbana, que aún continúa, que incide en la peatonalización de su centro histórico y exalta la figura del ciudadano-peatón como usuario ideal del espacio público. Esta peatonalización se presenta, desde el gobierno local, como una conquista de la ciudad en pos de un espacio más humanizado, integrador y respetuoso con los habitantes y visitantes de la ciudad. Sin embargo, se comprueba cómo tal transformación urbana va acompañada de un nuevo aparato normativo supone no tanto una conquista para el ciudadano-peatón sino la exigencia de que dicho ciudadano-peatón se adecúe al espacio «mejorado». Este artículo plantea cómo durante la última década la ciudad de Pamplona va a asumir una serie de medidas que giran en torno a la idea de un uso cívico del espacio público que supondrá una creciente normativización del mismo. Ello deriva en la pretensión de reducir los usos de la calle al propio caminar, entendido como un procedimiento individualizado y fuertemente disciplinado.