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Con la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y la reducción de las de Irak, la presidencia de Biden pretende, por fin, que los Estados Unidos actúen a modo de pivote entre Oriente Medio y Asia. Esta inflexión, ya anunciada hace una década, debería convertir la competencia con China en el eje central de la política exterior de Washington. Este cambio tiene importantes implicaciones para el equilibrio estratégico en Oriente Medio, tanto para la seguridad de los socios de Washington (Israel y los países del Golfo) como para la resolución de la crisis nuclear iraní. Sin embargo, detrás del seductor discurso geopolítico del «pivote», las realidades regionales pueden poner límites a los objetivos de los Estados Unidos. Por lo tanto, sería imprudente imaginar una retirada militar total de los Estados Unidos de esta región. Si se produce una retirada, será a lo sumo parcial y estará pensada para permitir, si es necesario, el regreso de las tropas de los escenarios asiáticos o europeos.