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La histórica abstención observada en las últimas elecciones presidenciales de Francia de 2021 puede vincularse en primer lugar a la desconfianza expresada por los franceses hacia la figura presidencial. Casi ausente hasta la crisis del petróleo, esta pérdida de confianza en el jefe de Estado se ha convertido en un marcador de los mandatos presidenciales, sobre todo tras el paso a un periodo de cinco años. Se alimenta principalmente de la falta de resultados socioeconómicos. Esta dificultad de los presidentes para «cambiar la vida» de los franceses, que está en el centro de la promesa y del imaginario de la política en Francia, contribuye a una sospecha de inacción reforzada por las críticas en términos de promesas incumplidas. Esta percepción de impotencia contribuye desarticular o incluso a destruir el vínculo de confianza entre representantes y representados. En este contexto fomenta la abstención masiva, cada vez más basada en una lógica de vanidad o inutilidad del voto.