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En la anorexia mental, la cabeza y el cuerpo parecen haberse puesto de acuerdo en un solo punto, la ruptura, pura y dura, no el desmembramiento, ni la fragmentación, o la licuefacción. La cabeza de la señorita A quiere ahora vivir por encima de las contingencias, las necesidades y las limitaciones del cuerpo… o incluso, en última instancia, conseguir prescindir de él intentando existir contra él. Entonces se corrompe cortándose a sí misma de su base sensorial, sensual y afectiva, y promoviéndose como un puro fenómeno de poder, en una ilusión de dominio narcisista. Es que con las “monstruosas” metamorfosis puberales se ha dañado la frágil coherencia interna anterior de la infancia, y que no puede aceptar una recomposición de su ser si guarda en su corazón la nostalgia más o menos idealizada de una unidad somatopsíquica perdida y de sus momentos de gracia y gloria, o incluso si “sólo” lamenta la latencia soñadora que precedió a la adolescencia.