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Desde la incursión en Pristina (1999) hasta la toma de posesión de Crimea (2014), Moscú pretende demostrar que no se resigna a ser una potencia de segunda categoría que se acoja a reglas definidas por otros. Pero esta reacción no es tanto un signo de prurito expansionista como manifestación de la dificultad que encuentra Rusia para definirse a sí misma, para constituirse como nación. De hecho, actualmente, el país intenta en realidad aislarse como objeto político, y el revisionismo de Moscú se aplica sobre todo y en primer lugar a Rusia.