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Una mirada antropológica previa a las consideraciones éticas, deontológicas y jurídicas permite identificar cómo las prácticas de atención profesional no son inmunes a la violencia de género ordinaria. Es necesario ir más allá de los estereotipos clásicos de lo femenino y reconocer la «situación-de-ser-mujer» en sus condiciones sociobiológicas. La obra de una filósofa estadounidense, I.M. Young, permite describir las experiencias de las mujeres corrientes y, a partir de ahí, analizar los mecanismos de la violencia individual y organizativa. Así pues, en respuesta a estos retos, surge la necesidad de construir una nueva y doble ética: clínica y organizativa.