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La división de la población entre «activos» e «inactivos» es una construcción del siglo XIX en la que se enfrentan dos concepciones de la actividad. La primera, introducida a principios de los años 1860, tiene por objeto construir «clases sociales» a partir de la posición de la cabeza de familia para representar la sociedad por los vínculos de dependencia que la estructuran. La segunda, que se impuso en el censo de 1896, informa del estado de las fuerzas productivas en el territorio. Esta nueva partición constituyó a la vez el reflejo de las transformaciones del trabajo y el vector de dichas transformaciones. Fue el reflejo porque su génesis correspondió a varios cambios profundos en la representación de la actividad: el paso de la escala del hogar a la del individuo, de la actividad familiar a la actividad colectiva en el establecimiento y del taller a la fábrica. Constituyó también un vector, puesto que abrió el camino a la utilización de las estadísticas del empleo como instrumento de acción y respondió a la voluntad de conocer el trabajo –y más concretamente el trabajo asalariado– para regularlo, en particular mediante la aplicación de determinadas leyes de seguros.