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Comenzando con una rápida revisión de las pocas doctrinas filosóficas que han consentido en tematizar el juego dentro de su antropología u ontología, el autor intenta primero mostrar por qué podido ser meramente despreciado durante siglos de pensamiento racionalista siendo, en el mejor de los casos, instrumentalizado, subordinado. Será por lo tarde tardíamente cuando podrán elaborarse pensamientos sobre los recursos ludosóficos, consagrando la inocencia del juego y el deporte. ¿No es, en efecto, sabio usar nuestra energía para actividades mayormente atléticas, donde finalmente aprendemos a disfrutar de la regla? ¿Es el eufemismo de la violencia que llevamos con nosotros a través de las actividades lúdicas un horizonte pertinente? Aquí propondremos sólo los lineamientos de una reflexión que debería centrarse en las legítimas pretensiones del juego, un raro oasis de inocencia en un mundo donde reinan la instrumentalización y la usura.