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Parece que la historia de la democracia está atenazada. Tanto sus fervientes partidarios como sus más acérrimos críticos afirman que es un producto exclusivo de la «civilización occidental» y argumentan que la verdadera democracia directa es muy inusual en la historia del mundo y muy difícil de conseguir. Sin embargo, las pruebas evidentes de prácticas democráticas en África, Oceanía, Asia o América son mucho más comunes de lo que uno podría pensar; la mayoría de las veces, están ocultas a la vista. Si se observan con ojos nuevos las formas de gobierno que establecieron los pueblos indígenas del llamado «Nuevo Mundo» –mucho antes de la invención de «Occidente»–, queda claro que las ciudades igualitarias y las formas de participación ciudadana estaban muy extendidas. Definitivamente, ha llegado el momento de dar cabida a historias de democracia totalmente nuevas.