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El artículo afirma que el relato El principito vio la luz en el cruce de un cuestionamiento societal sobre el estatus del niño en el Occidente de la posguerra y un momento de desamparo existencial del autor. El personaje del principito surge como figura cultural típica del niño modelo –en el sentido de un niño perfecto, pero también de un modelo de maduración psíquica. Sin embargo, la rareza y el enigma del que es abanderado lo situaría del lado de un ideal absoluto o perdido, que podría ser el signo de una melancolización del niño demasiado modelo, que lo aproximaría al saber desilusionado del bebé sabio. Entendido como un mito, El principito interroga la distancia irreductible entre cualquier representación societal de un modelo de niño y el lado infantil siempre marcado por lo indescifrable y que amenaza de escisión al niño en el adulto y al adulto en el niño. El relato parece, pues, abrir perspectivas sobre el posicionamiento clínico frente a dicha parte melancólica.