Preferir no traducir
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Resistir a la traducción, contenerla o rechazarla implica inclinarse hacia lo indiferenciado, lo que puede ser un gesto de protección. Diferenciado e indiferenciado se mezclan, pues, para intentar oponerse al peligro de la gran claridad. Además, indiferencia e indiferenciado tienen cierta proximidad. La indiferencia es la escasa o incluso la muy escasa sensación en sí mismo o en el otro. La indiferencia conduce hacia lo indiferenciado y la desaparición. Ahora bien, lo indiferenciado es una senda para no traducir, para no aclarar y, sobre todo, no ser borrado. Lo indiferenciado puede presentarse como intento de no desaparecer. La no-indiferencia tiene que ver con lo íntimo y lo íntimo ¿no depende de una parte significativa no traducida? Rechazar traducir o la repugnancia de traducir están relacionados con la conservación de una parte de lo borroso. Y, opuestamente a lo que se podría pensar, lo borroso protege los contornos. Dicha zona imprecisa protege del corte, del desapego de la separación violenta. Alejarse de la traducción supondría más espacio para el sueño, para lo desconocido en que nos apoyamos. Si el sentido está en los intersticios y es él mismo intersticio, sería conveniente no apurar la traducción. La traducción está en los límites de lo alucinado.
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