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Siguiendo la lógica de la cuantificación de la calidad del trabajo médico, se alienta a los pacientes a que confíen en las normas numéricas establecidas por los organismos de salud independientes, en lugar de confiar en la relación personal con su médico. Puesto que esta nueva regulación se asemeja a una racionalización de las prácticas, nos proponemos mostrar la utilidad de revisar el método de producción de estas normas del trabajo médico y cuestionar el uso político de los ensayos clínicos aleatorizados. Tras recordar las justificaciones teóricas y empíricas de la «racionalización», defendemos la idea de que la política de cuantificación de la calidad de la atención sanitaria se basa en una epistemología arbitraria de la enfermedad y una epistemología reductora de las estadísticas. Sin embargo, esto tiene consecuencias negativas tanto para los profesionales como para los pacientes.