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La tradición del concurso académico, que sufrió un breve eclipse durante la Revolución francesa, cobró nueva vida después de 1800. En las provincias, los círculos de estudios fundados y dirigidos por representantes de la burguesía titulada organizan concursos científicos, literarios o históricos. El objetivo era crear un clima de emulación mediante el uso de premios honoríficos. Pero también se trataba para estos notables de provincias, muy conscientes de que no tenían medios para desafiar la hegemonía cultural de la capital, de crear en su entorno inmediato una escena intelectual en la que pudieran brillar. Sin embargo, el análisis de una muestra de más de seiscientos ganadores de concursos de historia organizados por las sociedades de emulación provinciales demuestra que la fórmula del concurso atrae principalmente a representantes de la más pequeña burguesía de origen popular. Para los amantes de la investigación histórica que, por pertenecer a las fracciones inferiores de la burguesía, se veían alejados de la sociabilidad erudita, la participación en un concurso ofrecía la posibilidad de hacer una tímida incursión en ese universo tan hermético. Se examinan aquí las estrategias desplegadas por los organizadores de concursos para moderar las ambiciones intelectuales de estos historiadores de extracción modesta.