Teatro y filosofía. El ditirambo y la leyenda
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Teatro y filosofía: parecen haber nacido al mismo tiempo entre los griegos, como si fuera un milagro, el milagro griego. Así, partí de una serie de ocho diálogos babilónicos cortos del siglo VII a. C. entre un amo y su esclavo, que pueden considerarse teatro antes que filosofía (si bien el análisis de Jean Bottéro demuestra lo contrario). Por su parte, el historiador Louis Gernet prefiere hablar de creación más que de milagro. La pregunta tiene resonancias nietzscheanas: El nacimiento de la tragedia, el nacimiento de la filosofía son títulos de Nietzsche. Inmediatamente se propone su hipótesis: al final de sus intentos, bastante artificiales, de hacer coincidir las filosofías presocráticas y la tragedia griega, Nietzsche concluirá que el verdadero teatro, el dionisíaco, ha sido contaminado por la filosofía socrática (Eurípides y Sócrates): «Sócrates destructor de la tragedia». Por lo tanto, la filosofía (griega) habría matado al teatro (griego). Se retoma, entonces, el cuestionamiento de Platón sobre la tragedia y los poetas (que, de todos modos, sólo concierne a los guardianes de la República). Nietzsche imaginará extrañamente que Platón quería competir con el teatro a través de su arte del diálogo. La cuestión de la tragedia suscita, de este modo, un largo rodeo histórico y filológico a través de la obra del gran filólogo Ulrich von Wilamowitz-Möllendorff sobre la tragedia de Atenas, quien cuestiona el origen dionisíaco de la tragedia (al igual que Jean-Pierre Vernant cuestiona la fatídica oposición nietzscheana Apolo/Dioniso). Wilamowitz se ocupa con precisión de la relación de la tragedia con la religión y de la compleja cuestión del ditirambo, que Aristóteles supone que está en el origen de la tragedia, aunque sigue existiendo al mismo tiempo que ésta. Por último, convierte a Esquilo en el auténtico fundador de lo trágico y de su relación esencial con la leyenda (y, por tanto, con la epopeya). Para concluir, señalaré que los diálogos escritos por los filósofos no presentan la más mínima relación con lo que llamamos «teatro». Salvo, quizás, al profundizar en la posible relación, en la obra de Heidegger, entre la diferencia ontológica y lo trágico, parece que la cuestión de «teatro y filosofía» queda abierta, o termina en un non liquet.
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