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Cuando Estados Unidos entra en guerra en 1917, un conflicto de baja intensidad se había desencadenado en el sur de Texas en 1915. Descrita como una «guerra fronteriza», transforma gradualmente a todas las personas de origen mexicano, incluidos los ciudadanos estadounidenses, en enemigos interiores, especialmente cuando comienza a ser percibida como una guerra subsidiaria promovida por los alemanes en el marco del conflicto mundial. Las cruentas consecuencias de estos enfrentamientos ponen de manifiesto profundas ambigüedades en las nociones de raza, lealtad y pertenencia nacional de los estadounidenses, así como en los límites espaciales y temporales de la propia guerra.