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En enero de 1920, la reapertura de las embajadas, legaciones y consulados franceses en Alemania llevó a la instalación en todo el país de agentes del Quai d'Orsay bruscamente sumergidos en una sociedad traumatizada por la derrota, las convulsiones políticas y los tratados. Como emisarios del vencedor, los diplomáticos y cónsules franceses pronto aparecieron ante los alemanes como los representantes del verdugo, y tuvieron que enfrentarse diariamente a la hostilidad, que fue creciendo hasta el paroxismo de 1923. Su experiencia de expatriación diplomática, marcada por la aspereza de las condiciones de vida y de trabajo, arroja luz sobre el oficio del diplomático, así como sobre las relaciones franco-alemanas tras la Primera Guerra Mundial.