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El empresariado tiene una ventaja innegable, que se puede resumir en el hecho de que, la mayoría de las veces, las formas de impugnación de las condiciones de empleo y el dominio que ejerce actúan a su favor. En particular porque el trabajo, además de ser necesario para ganarse la vida, representa un desafío colectivo e individual primordial en términos de significado, identidad y valores. Pero el empresariado también demuestra su increíble capacidad de hacer regularmente su mea culpa, lo que le permite tomar el control sin cuestionarse a sí mismo. Así, ha producido un modelo de gestión que personaliza la subordinación y descalifica la profesionalización. El presente artículo tiene por objeto analizar estos dos aspectos del control de la gestión.