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Desde el principio, el tabaco, el alcohol, el opio o incluso el cannabis se consideraron productos peligrosos que justificaban elevados impuestos, el control estatal o incluso la prohibición. A partir del movimiento internacional de lucha contra el opio y luego contra los estupefacientes, a principios del siglo XX, desapareció este enfoque «global» para centrarse en los productos y no en los comportamientos. Las políticas públicas divergen entonces en torno a dos grandes objetivos contradictorios: fomentar la oferta de drogas por razones económicas o fiscales o, por el contrario, luchar contra la oferta de drogas por razones, en primer lugar, morales y, en segundo lugar, sanitarias. El autor repasa dos siglos de legislación sobre las drogas, hasta la Ley de salud promulgada en 2016.