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A partir de un estudio archivístico y etnográfico, el autor propone una reflexión sobre la relación entre el estandarte y la bandera entre los objetos que cuentan en el mundo gremial del compagnonnage. En un mundo social inicialmente apegado al simbolismo individual de los «colores» del miembro del gremio, la bandera, como símbolo colectivo, surgió a finales del siglo XIX, acompañando un refuerzo de las exigencias de compromiso y una ritualización creciente de las prácticas en un contexto de mayor competencia con otras organizaciones asociativas y obreras. Se desarrolla entonces una relación con estos «símbolos grandes y buenos», cuya dimensión simbólica tiene que ver tanto con el objeto en sí como con la forma en que se financia, fabrica, conserva y exhibe.