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Considerar al niño como sujeto no es evidente. Acoger las manifestaciones de sus necesidades físicas y psíquicas requiere preocuparse por él. Posicionar a un niño pequeño como un interlocutor de pleno derecho, como un socio en la relación en cualquier interacción que su estado de dependencia requiera, exige que el adulto cultive en él un marco de atención continente, generador de intersubjetividad. Para todo sujeto humano, la socialización es un proceso que comienza en la primera infancia y continúa durante toda la vida. Se origina en esa edad de la vida en la que el niño pequeño experimenta gradualmente la sensación de existir como un sujeto de pleno derecho, en contacto con los otros. ¿En qué pueden apoyarse los adultos y su práctica para acompañar al niño en el camino de la integración de las normas y los valores humanos que socializan el mundo en el que está llamado a vivir? Este documento intenta contribuir a esta reflexión.