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Al temor generalizado por el aumento de la desigualdad social y la inseguridad causada por la crisis de los refugiados, por el terrorismo y por la posible amenaza creada por la política imperialista de Vladimir Putin se le añade también el bajo nivel de confianza social en Polonia debido, entre otras cosas, a las vicisitudes de la historia polaca. El miedo se alimenta de la imaginación y sobre esta se construye hoy la comunicación de la élite política en el poder en Polonia y los medios de comunicación subordinados a él. El poder gobernante está redoblando sus esfuerzos para revitalizar el mito del martirologio polaco. Consciente de que la memoria colectiva es maleable, el PiS busca reescribir la historia del país para librarlo de la influencia del cosmopolitismo y del liberalismo. Ante este giro autoritario y euroescéptico, las organizaciones de la sociedad civil polaca, como la Fundación Geremek, desempeñan un papel primordial: sus ideas y acciones, aunque obstaculizadas por las autoridades políticas, pueden cumplir una función de «contrapoder» y, por consiguiente, tienen un impacto mucho mayor que el de la oposición política en la deconstrucción de los «riesgos quimera» fabricados a toda costa por los gobernantes nacional-populistas.